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sábado, 26 de noviembre de 2011

Descubrir en Adviento que, la vida, compartida, es más


La vida, compartida, es + 

Y lo es, es +, porque sólo compartiendo nuestra vida podemos llegar a encontrar y descubrir su verdadero sentido. ¿Te había parado a pensar que a medida que nos sentimos más llenos de los otros vamos vaciando más nuestra vida? Es como si fuéramos más personas, más nosotros, cuando abrimos nuestro corazón a los otros. Curioso, ¿verdad?

Pues este Adviento te proponemos compartir la vida. Pero hacerlo porque Dios ha compartido la nuestra. Por eso nuestra vida también es más: más cercana, más humana, más llena de Dios...

No podía no hacerlo. O mejor, sí quería no poder hacerlo (aunque parezca un trabalenguas). Y por eso se hizo niño, compartiendo nuestro suelo, pisando nuestros caminos, sintiendo como siente el hombre, amando como sólo la humanidad sabe amar... y enseñándonos a todo ello (caminar, sentir y amar) en su mejor expresión. Sí, Dios quiso darse más, y lo hizo experimentando nuestra vida, desde dentro.

Compartir la vida es +... ¿te vas a perder la oportunidad de vivir lo que Dios ha querido que vivas? No te cortes. Hazlo. Escúchale, contempla, navega en tu interior y descubrirás las razones de una entrega sin medida que, al final, movilizará tu vida.

Escucha, contempla, navega, movilízate...

Siempre andamos de acá para allá... como si nos fuera la vida en todo lo que hacemos, hasta lo más insignificante, y no nos damos cuenta de que es la propia prisa la que se lleva nuestra vida...

El Adviento nos invita a escuchar, a contemplar, a navegar y a movilizar nuestro día a día.

Escuchar a Dios, también a los otros (que son como las sucursales de Dios para nosotros), atender a su palabra. ¿Ves lo fácil que es descolgar un teléfono, coger una llamada? Pues Dios nos lo pone a huevo todos los días... pero no siempre estamos dispuestos... nuestra "línea" está caída, o sobrecargada.

Contemplar los signos que nos va dejando... como los Magos la estrella, para saber y aprender a verle hasta en las más pequeñas cosas y en los más pequeños gestos.

Navegar, como navega el marinero confiado en las estrellas... hacia el fondo... sabiendo que al final Él se encontrará con nosotros, que no siempre le encontramos.

Y movilizar. ¡Movilízate! Porque una vida parada no conduce a nada. Hace falta también lo concreto, el compromiso real.

Y todo, porque Dios se hace pequeño, se entrega en pequeño, se da en pequeño para que podamos comprender la grandeza de la pequeñez, y la pequeñez de su grandeza.

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