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viernes, 17 de septiembre de 2010

LOS ROSTROS DE DIOS

Había una vez un niñito que quería conocer a Dios. Sabía que era un largo viaje llegar hasta donde Dios vivía, así es que preparó su mochila con sándwich y botellas de leche chocolatada y comenzó su viaje.

Cuando había andado tres cuadras, se encontró con un viejecito que estaba sentado en el parque observando a unas palomas. El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de tomar un trago de su leche chocolatada cuando notó que el viejecito  parecía hambriento, así es que le ofreció un sándwich. El anciano agradecido lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era tan hermosa que el niño quiso verla otra vez, así que le ofreció una leche chocolatada. Una vez más, el viejito le sonrió. El niño estaba encantado.

Permanecieron sentados allí toda la tarde comiendo y sonriendo, aunque no se dijeron ni una palabra. A medida que oscurecía, el niño se dio cuenta de cuan cansado estaba y se levantó para marcharse. Antes de dar unos pasos más, se dio la vuelta, corrió hacia el viejecito y le dio un abrazo. Éste le ofreció su sonrisa más amplia.

Cuando el niño abrió la puerta de su casa un rato más tarde, a su madre le sorprendió la alegría de su rostro  y le preguntó: "¿Qué hiciste hoy que te puso tan contento?".

El niño le respondió: "Almorcé con Dios". -Y antes de que su madre pudiese responder añadió-:

"¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!"

Mientras tanto el viejecito, también radiante de dicha, regresó a su casa. Su vecina estaba impresionada con el reflejo de paz que había en su rostro, y le preguntó:

-"¿Qué hiciste hoy que te puso tan contento?".

El anciano respondió:

-"Merendé con Dios en el parque". -Y antes de que su vecina comentara algo, añadió: -¿Pero sabes?, es mucho más joven de lo que yo creía."

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