LA CUARESMA PERUANA
Como conocen la mayor parte de ustedes, al mes de octubre en el Perú lo llaman muchos la “cuaresma peruana”.
No les falta razón para ello porque ese mismo color morado que distingue al tiempo cuaresmal es el más abundante, no sólo en Lima, sino en casi todo el Perú: en detentes, corbatas, hábitos de los fieles, guirnaldas, flores…
Hablar de cuaresma y hablar de conversión es una misma cosa por eso comentaremos algunas ideas de Santo Tomás de Aquino sobre la conversión.
Ante todo hay que tener en cuenta que fue Jesucristo mismo quien comenzó su predicación invitando a todos a la conversión con aquellas conocidas palabras:
“El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean”.
Es interesante que Juan el Bautista, poco antes, había dejado oír su voz en el desierto con palabras similares:
“Conviértanse porque está cerca el Reino de Dios”.
Santo Tomás, hablando de la conversión, nos dice que todo movimiento de la voluntad hacia Dios puede llamarse conversión.
En este sentido, según el Santo, hay tres clases de conversión a Dios.
La primera por el amor perfecto y ésta es la conversión de la criatura que goza de Dios.
Esto requiere una gracia muy especial del Señor.
La segunda es la conversión que merece la bienaventuranza del cielo, y para ésta se requiere la gracia habitual con la que podemos adquirir méritos. Esta la recibimos en el bautismo y si la perdemos por el pecado la recuperamos con el sacramento de la penitencia.
La tercera conversión es la que prepara a una persona para obtener la gracia porque no la tiene. Para esta conversión no se exige la gracia habitual porque no la tiene ya que en ese caso no haría falta esta conversión. Se trata, pues, de la conversión del pecado a la gracia. En este caso se requiere que Dios ayude al alma a volver hacia Él.
Esto era lo que Jeremías expresaba en el libro de las Lamentaciones, con estas palabras: “Conviértenos a ti, Señor, y nos convertiremos”.
Esta conversión del pecador es obra del Señor y por eso se requiere la ayuda divina. Así nos lo enseñó Jesús cuando nos dijo “nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae”.
La conversión del hombre requiere evidentemente la libre voluntad que acepta. Por eso en la Escritura se le pide que se vuelva hacia Dios.
Sin embargo, la voluntad humana no puede volverse a Dios si es que Dios no lo ilumina para que vuelva hacia Él.
Esto lo expresaba también Jeremías cuando decía “conviérteme y me convertiré pues tú eres, Señor, mi Dios”.
Todo esto quiere decir que para la conversión necesitamos un impulso de Dios y que nuestra voluntad libremente también lo acepte y quiera cambiar de vida.
Uno de los motivos que en estos días tenemos en el Perú para convertirnos es, evidentemente, el fijarnos en el cuadro del Señor de los Milagros.
En efecto, ver a Cristo resucitado y muerto precisamente para conseguir nuestra conversión, impulsa muchos corazones hacia Dios. Lo podemos ver de una manera especial en el Santuario más importante, el de las Nazarenas, donde todo el mes hay muchos sacerdotes confesando y muchísimo fieles que buscan el perdón, a veces incluso con lágrimas y suspiros.
Cuando se ve todo esto, se entiende qué regalo tan grande ha hecho Dios al Perú al darle esta venerada imagen, porque aquí no se trata de teoría, sino de ver claramente ese continuo “milagro del Señor de los Milagros”, de las muchas conversiones.
Una vez más hemos de admirar estos signos de religiosidad popular y aprovecharlos para encontrarnos con Dios, regresando a Él como el pródigo del Evangelio con el corazón contrito y repitiendo con fe sus mismas palabras: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo: tenme como uno de tus jornaleros”.
Y así será hoy como ayer, que en el cielo habrá gran fiesta entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
No les falta razón para ello porque ese mismo color morado que distingue al tiempo cuaresmal es el más abundante, no sólo en Lima, sino en casi todo el Perú: en detentes, corbatas, hábitos de los fieles, guirnaldas, flores…
Hablar de cuaresma y hablar de conversión es una misma cosa por eso comentaremos algunas ideas de Santo Tomás de Aquino sobre la conversión.
Ante todo hay que tener en cuenta que fue Jesucristo mismo quien comenzó su predicación invitando a todos a la conversión con aquellas conocidas palabras:
“El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean”.
Es interesante que Juan el Bautista, poco antes, había dejado oír su voz en el desierto con palabras similares:
“Conviértanse porque está cerca el Reino de Dios”.
Santo Tomás, hablando de la conversión, nos dice que todo movimiento de la voluntad hacia Dios puede llamarse conversión.
En este sentido, según el Santo, hay tres clases de conversión a Dios.
La primera por el amor perfecto y ésta es la conversión de la criatura que goza de Dios.
Esto requiere una gracia muy especial del Señor.
La segunda es la conversión que merece la bienaventuranza del cielo, y para ésta se requiere la gracia habitual con la que podemos adquirir méritos. Esta la recibimos en el bautismo y si la perdemos por el pecado la recuperamos con el sacramento de la penitencia.
La tercera conversión es la que prepara a una persona para obtener la gracia porque no la tiene. Para esta conversión no se exige la gracia habitual porque no la tiene ya que en ese caso no haría falta esta conversión. Se trata, pues, de la conversión del pecado a la gracia. En este caso se requiere que Dios ayude al alma a volver hacia Él.
Esto era lo que Jeremías expresaba en el libro de las Lamentaciones, con estas palabras: “Conviértenos a ti, Señor, y nos convertiremos”.
Esta conversión del pecador es obra del Señor y por eso se requiere la ayuda divina. Así nos lo enseñó Jesús cuando nos dijo “nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae”.
La conversión del hombre requiere evidentemente la libre voluntad que acepta. Por eso en la Escritura se le pide que se vuelva hacia Dios.
Sin embargo, la voluntad humana no puede volverse a Dios si es que Dios no lo ilumina para que vuelva hacia Él.
Esto lo expresaba también Jeremías cuando decía “conviérteme y me convertiré pues tú eres, Señor, mi Dios”.
Todo esto quiere decir que para la conversión necesitamos un impulso de Dios y que nuestra voluntad libremente también lo acepte y quiera cambiar de vida.
Uno de los motivos que en estos días tenemos en el Perú para convertirnos es, evidentemente, el fijarnos en el cuadro del Señor de los Milagros.
En efecto, ver a Cristo resucitado y muerto precisamente para conseguir nuestra conversión, impulsa muchos corazones hacia Dios. Lo podemos ver de una manera especial en el Santuario más importante, el de las Nazarenas, donde todo el mes hay muchos sacerdotes confesando y muchísimo fieles que buscan el perdón, a veces incluso con lágrimas y suspiros.
Cuando se ve todo esto, se entiende qué regalo tan grande ha hecho Dios al Perú al darle esta venerada imagen, porque aquí no se trata de teoría, sino de ver claramente ese continuo “milagro del Señor de los Milagros”, de las muchas conversiones.
Una vez más hemos de admirar estos signos de religiosidad popular y aprovecharlos para encontrarnos con Dios, regresando a Él como el pródigo del Evangelio con el corazón contrito y repitiendo con fe sus mismas palabras: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo: tenme como uno de tus jornaleros”.
Y así será hoy como ayer, que en el cielo habrá gran fiesta entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo
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